En la ciudad de Ceuta, antes Sebta, Septem Fratres, Abyla y Hepta Adelphoi, en cuyas murallas reales se apila esa historia sucesiva, y se evocan culturas centenarias, reaparece la masonería regular; resurgiendo el progreso del pensamiento, la fraternidad y la búsqueda del conocimiento: la masonería.
El acto fundacional del Triángulo Masónico Septem Fratres, en noviembre de 2024, gracias a la reforma de la Constitución y Reglamentos (artículo 29, “De Las Logias”) ha servido para cumplir con el aserto de “Creced y multiplicaos”. Representa mucho más que la creación de base de la estructura masónica; es un reencuentro con la historia, un gesto de continuidad y una apuesta por el futuro, marcando el regreso de una tradición filosófica, ética y cultural. Ceuta no es solo un punto geográfico entre dos continentes. Es también un lugar cargado de significados, donde el diálogo entre civilizaciones ha sido constante. Romanos, visigodos, árabes, rifeños, portugueses, españoles. Todos han dejado su huella. Y entre esas capas culturales, la masonería también tuvo su presencia en el pasado, aunque muchas veces discreta o truncada por los avatares históricos del país.
La creación de la Logia Septem Fratres —nombre que honra la antigua denominación romana de la ciudad, Septem Fratres o “Siete Hermanos”— evoca no solo la identidad clásica de Ceuta, sino también el ideal masónico de unión en la diversidad. Siete montes, siete columnas, siete luces: todo en el simbolismo del nombre apunta a la armonía entre lo humano, lo espiritual y lo universal. Se constituye como célula de trabajo, estudio y fraternidad conforme a los principios universales de la masonería: libertad, igualdad y fraternidad.
Más allá del rito y del simbolismo, el objetivo es claro: establecer en Ceuta un espacio de reflexión libre, de formación ética y de trabajo interior y colectivo. Sus miembros se comprometen a fomentar los valores universales de la masonería, tanto dentro como fuera del templo, y a contribuir con iniciativas culturales, educativas y humanitarias en la sociedad ceutí. Su vocación no es el poder ni la influencia política, sino el mejoramiento del ser humano y el cultivo del espíritu crítico, la tolerancia y la paz. En un mundo marcado por la polarización, el miedo y la ignorancia, estos ideales son más necesarios que nunca. Porque no venimos a imponer ni a convencer a nadie. Solo a trabajar en nuestro desarrollo como personas y a sumar, en la medida de lo posible, al bienestar de la ciudad que compartimos.
No se trata de una novedad: la masonería ya tuvo presencia en el norte de África en siglos pasados, en ciudades cercanas como Tánger, Tetuán, Melilla, Larache, Alhucemas, Orán o Argel, donde los masones desempeñaron un papel destacado en ámbitos como la educación, el diálogo intercultural y el desarrollo social. Hoy, en pleno siglo XXI, esa llama se vuelve a encender en una ciudad estratégica, plural y abierta al mundo, que puede y debe ejercer un papel de puente entre Europa y África, entre Oriente y Occidente, entre tradición y modernidad, entre cristianos, musulmanes, judíos e hindúes. Ceuta, que tantas veces ha sido eso mismo —puente entre culturas, religiones y pueblos—, ve ahora encenderse de nuevo una pequeña pero significativa luz. La constitución de la nueva logia Septem Fratres es, ante todo, una semilla. Una semilla plantada con humildad, pero con firme propósito, con respeto a las tradiciones masónicas y con mirada puesta en los desafíos del presente y del mañana. Su crecimiento dependerá del compromiso de sus miembros, del entorno que lo acoja y del diálogo que establezca con la sociedad ceutí, porque no es solo un grupo de personas que se reúnen, es la recuperación de una tradición de pensamiento libre, de fraternidad y de servicio silencioso.
Ceuta, ciudad de siete colinas y múltiples culturas, es punto de encuentro. Y en esa confluencia, la masonería aporta su luz serena, su método reflexivo y su apuesta por un humanismo que trasciende fronteras, dogmas y prejuicios. El Oriente de Ceuta ha vuelto a iluminarse.
V.·. H.·. Julián M. Domínguez Fernández