La tolerancia, como virtud social y filosófica, ha sido un pilar fundamental en el desarrollo de las democracias modernas. Este concepto, tan defendido por Voltaire durante la Ilustración, está intrínsecamente ligado a los principios de libertad, igualdad y fraternidad que guiaron tanto a este movimiento filosófico como a la masonería. Sin embargo, en un contexto contemporáneo donde los movimientos autoritarios resurgen y las libertades individuales y colectivas están cuestionadas, es necesario repensar el papel de la masonería y reflexionar sobre cómo estas ideas pueden guiar nuestra respuesta a los desafíos actuales.

La Ilustración, como movimiento intelectual del siglo XVIII, abogó por la razón, la libertad de pensamiento y la igualdad entre los seres humanos. Estos principios son plenamente coherentes con los de la masonería y son parte inherente de su filosofía y prácticas. La libertad, como derecho fundamental, es la base sobre la que se construye la tolerancia: aceptar las ideas y creencias de los demás requiere un entorno en el que cada individuo sea libre de expresar sus pensamientos. La igualdad establece que todos los individuos tienen el mismo valor intrínseco, independientemente de sus diferencias culturales, religiosas o ideológicas. Por último, la fraternidad fomenta el sentido de solidaridad y de comprensión mutua, valores esenciales para la coexistencia pacífica.

Voltaire, en su “Tratado sobre la tolerancia”, señaló que el fanatismo y la intolerancia son enemigos de la humanidad y que sólo a través de la razón y la justicia se puede lograr una sociedad más armoniosa. Otros pensadores también contribuyeron a esta visión: John Locke, en «Carta sobre la tolerancia», defendió la separación de la religión y el Estado, argumentando que la fe es una cuestión de conciencia individual. Kant argumentó que debemos tratar a cada persona como un fin en sí misma, promoviendo así el respeto mutuo y la dignidad inherente de cada individuo. Aristóteles, desde una perspectiva clásica, en la “Ética a Nicómaco” sugiere que la virtud se encuentra en el término medio, sugiriendo que la tolerancia requiere equilibrio entre la aceptación y el rechazo de aquello que amenaza el bien común. El catalán Xaime Balmes, por su parte, sostuvo que la tolerancia debe entenderse como una virtud práctica, basada en el respeto mutuo y el diálogo, siempre subordinada a la búsqueda de la verdad.

Para Baruch Spinoza, la tolerancia era un componente esencial de la libertad, pues sólo en una sociedad donde se permite la diversidad de pensamiento y expresión puede haber armonía. Advirtió que las pasiones humanas, como el odio y el miedo, son obstáculos para la convivencia y que sólo la razón puede superarlos, generando un espacio de genuina tolerancia. Santo Tomás de Aquino subrayó que la tolerancia debe ejercerse con prudencia, distinguiendo entre los actos que pueden permitirse en aras de la paz social y aquellos que, por su naturaleza, amenazan el bien común. Finalmente, John Rawls en “Una teoría de la justicia” destacó la importancia de un consenso interseccional en las sociedades pluralistas, donde la tolerancia es esencial para garantizar la estabilidad y la justicia.

La masonería, a lo largo de su historia, ha sido un baluarte en la defensa de las libertades individuales y colectivas. En momentos críticos, sus miembros promovieron reformas democráticas, el secularismo o los derechos humanos. En este sentido, no debe interpretarse como una “cueva de magos”, sino como un espacio donde se cultiva y fomenta el pensamiento crítico y los valores cívicos. Su misión educativa y filosófica busca formar ciudadanos responsables y comprometidos con el progreso colectivo. Por tanto, la masonería no debe ser un espacio de mero ritualismo o simbolismo esotérico, sino una verdadera escuela de democracia.

El Escotismo, como corriente profundamente filosófica dentro de la masonería, fomenta la formación de ciudadanos comprometidos con los valores de la democracia, la justicia y la tolerancia, permitiendo que la sociedad mejore a través del desarrollo ético y moral de sus individuos. Al inculcar estos valores, la masonería puede actuar como una herramienta poderosa para combatir la ignorancia, el fanatismo y la intolerancia que amenazan a nuestra sociedad. A través del diálogo, la reflexión y el aprendizaje continuo, los masones están llamados a mejorar no sólo sus propias vidas, sino también la de sus comunidades. Este enfoque es vital en una época en que las democracias enfrentan amenazas tanto internas como externas. El objetivo de una Logia debe ser la formación filosófica de sus miembros, para que interioricen estos valores y los proyecten activamente. En las circunstancias actuales, la masonería puede y debe actuar como un espacio donde se cultive el pensamiento crítico, el compromiso cívico y el respeto a la diversidad, y donde la censura sería el peor de los pecados.

El ascenso de opciones políticas intolerantes y totalitarias, sean neofascistas, comunistas o de cualquier otra índole, es una de las preocupaciones más urgentes. Estas corrientes se alimentan del miedo, la desinformación y la polarización social, promoviendo un discurso que busca dividir y debilitar nuestros valores. El discurso de odio contra las minorías, la negación del pluralismo y los ataques a las instituciones democráticas son características comunes de estas fuerzas. En su ensayo “El fascismo eterno”, Umberto Eco identificó actitudes como el rechazo a la diversidad, el miedo a la diferencia y la promoción de una única forma de pensar, que lamentablemente se encuentran en algunos líderes actuales. Karl Popper, en “Las sociedades abiertas y sus enemigos”, plantea un dilema: “La tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia a quienes son intolerantes, […] los tolerantes serán destruidos, y con ellos la tolerancia». Esto es relevante en el contexto actual, donde los movimientos intolerantes utilizan las libertades democráticas para erosionarlas desde dentro.

En este contexto, nos enfrentamos a un problema que agrava la situación: la realidad de una sociedad hiperconectada a través de Internet. Las redes sociales han asumido un papel central en estas dinámicas al convertirse en terreno fértil para la difusión de noticias falsas y discursos de odio. El anonimato y la velocidad con la que se difunde el contenido en estas plataformas ha permitido a actores maliciosos manipular la información para sus propios fines. Esto no sólo debilita el debate público, sino que fomenta un ambiente donde la intolerancia y el fanatismo prosperan sin control, creando un caldo de cultivo perfecto para el surgimiento del totalitarismo como uno de los principales impulsores de la polarización social.

© Alianza Editorial. Portada del libro ‘Tratado sobre la tolerancia», de Voltaire

La masonería, como defensora de la tolerancia y con su tradición de reflexión crítica, tiene el deber de contrarrestar estas tendencias mediante la educación y la difusión de un discurso basado en la verdad, el respeto y la racionalidad. Es esencial que actuemos condenando y tomando medidas enérgicas contra el discurso que socave la diversidad y la libertad de pensamiento, preservando así nuestros principios. Pero no nos dejemos engañar: la respuesta al florecimiento del neofascismo no puede limitarse a la denuncia o la protesta. Se requiere una acción activa que incluya la educación en valores democráticos, la promoción del pensamiento crítico y el fortalecimiento de todas las instituciones democráticas. La masonería, como espacio de reflexión y acción, debe proporcionar un lugar seguro donde estos objetivos se realicen y donde nuestro trabajo se traduzca en la búsqueda efectiva de una sociedad más justa y equitativa.

Además, la masonería debe utilizar su influencia, si aún la tiene, para construir puentes dentro y fuera de la masonería entre los diferentes sectores de la sociedad, promoviendo el diálogo como herramienta fundamental para superar la polarización. En un mundo cada vez más interconectado, y al mismo tiempo más falto de pensamiento crítico, es imprescindible combatir los intentos de restringir las libertades y los derechos mediante estrategias que incluyan tanto la acción local, desde las Logias, como la cooperación global, a través de la Masonería Universal.

Hermanos, la tolerancia, como enseñó Voltaire, es la base de una sociedad justa y armoniosa. En un momento en que las actitudes totalitarias están resurgiendo, es imperativo que la masonería y otros actores sociales con un espíritu similar tomen un papel activo en la defensa de las libertades y la promoción de diálogos constructivos. Sólo asumiendo este compromiso podremos asegurar un futuro donde el legado de la Ilustración, del que somos casi los únicos depositarios, prevalezca sobre la intolerancia y el autoritarismo.

Xoán C. Mejuto, M:.M:.