Los graves conflictos que estamos viviendo últimamente en el mundo y particularmente en Ucrania y Oriente Medio con el tema de los refugiados y el quebranto importante de todas las leyes humanitarias, incluso las de la guerra, nos pone una vez más frente a una gran pregunta: ¿qué pasa con los derechos humanos? Y en lo que a nosotros concierne, ¿cómo nos tenemos que plantear este tema los masones?
Ab initio ya respondo que la masonería inspiró y tuvo mucho que ver en el nacimiento de dos grandes documentos básicos para la convivencia humana:
-la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
-la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
La dignidad de los seres humanos es integral, por ello los derechos humanos se han ido reconociendo poco a poco, conforme ha avanzado el proceso de autoconciencia de la humanidad, en el que ha tenido un papel trascendental la masonería, en estos últimos trescientos años.
Aunque la Declaración del 48 es posterior a la Segunda Guerra Mundial, tiene sus antecedentes en la Declaración de Derechos inglesa de 1689, la Constitución de Filadelfia de 21 de Julio de 1774, de Virginia de 1776 y la antes citada Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano redactada en 1789, tras la Revolución Francesa. Todo ello tiene sus raíces en la Ilustración, cuyas ideas recogieron los valores propugnados por masones y enciclopedistas como Diderot, D’Alambert, o masones tan ilustres como Voltaire y Benjamin Franklin.
Incluso me atrevería a afirmar que una historia común entre masonería y derechos humanos y derecho internacional se inicia con la idea de “paz perpetua” presente en las Constituciones Masónicas de 1723.
Existe gran complicidad e interrelaciones entre las ideas masónicas y los derechos humanos, ya plasmada en las Declaraciones que acabamos de citar.
Como botón de muestra para destacar la conjunción de la relación entre masonería y derechos humanos, citaremos a Santiago Castella, quien en un trabajo sobre este mismo tema, indica que “el contenido de la repetida Declaración Universal del año 1948 fue explicado por el hermano Rene Cassin, con la metáfora de un templo. Comparaba la Declaración con un templo formado por un atrio, que era el preámbulo, donde se proclamaba la unidad de toda la familia humana, unos cimientos que eran los artículos 1 y 2, donde se establecían como principios básicos las ideas de libertad, igualdad y no discriminación y fraternidad y solidaridad; sobre estos cimientos se alzaban 4 columnas que representaban diversas categorías de derechos. De esta forma quedaba construido un gran templo que sería al mismo tiempo el espacio para el desarrollo humano en libertad y el templo que acogiera a toda la humanidad bajo las sólidas bases de los derechos humanos”.
En definitiva, hablar de la Declaración de Derechos Humanos significa hablar de una de las tres luces que iluminan nuestro templo. No en vano, los principios que definen la masonería, Libertad, Igualdad y Fraternidad, en su momento alumbraron la Revolución Francesa, de la que beben directamente toda la doctrina de derechos humanos y las democracias modernas.
A pesar de lo señalado en este artículo y de las declaraciones grandilocuentes efectuadas en la misma Europa, tales como la Declaración Final de la Conferencia de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1994, que señalaba que “todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están estrechamente relacionados…la democracia, el desarrollo y el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, son conceptos interdependientes que se refuerzan mutuamente”, no hay que olvidar tampoco, que cada día se conculca claramente y de forma masiva, por casi todos los Estados de la UE, el artículo 4 del Protocolo IV del Convenio para la Protección de los Derechos humanos y Libertades Fundamentales que taxativamente prohíbe las expulsiones colectivas. Sin temor a exagerar, estamos contemplando hoy día que en Europa no se aplican y están en grave peligro los derechos humanos consagrados en la Declaración de 1948. La respuesta de la UE a la mal llamada crisis de los refugiados supone un fracaso histórico de gran calado.
No hay tarea masónica más coherente que llevar a la práctica de forma real y efectiva lo que históricamente hemos ideado y aportado a la sociedad, desde el punto de vista de los valores, entre los que se encuentran, los derechos humanos. Se trata de que cada uno de nosotros ponga en activo, en su pequeña parcela, estos principios y valores. Hay que tener muy presente que nuestro compromiso masónico nos exige, hoy mas que nunca, ponernos de parte de los que sufren especialmente, en este caso los refugiados, que encuentren primero nuestra comprensión, y después nuestro apoyo y ayuda en cualquiera de las facetas en que podamos situarnos .
La defensa de la justicia, de la libertad, de la igualdad y la fraternidad forman parte de los deberes que nos hemos impuesto como norma en nuestros juramentos y es nuestro compromiso con la sociedad.
En consecuencia y de forma esquemática, partiendo del axioma de que el masón es una persona que se preocupa por el ser y se compromete con el otro y los otros, lo que deberíamos hacer es:
-Primero. Despertar. Darnos cuenta. Tomar conciencia. Convencernos nosotros mismos de la importancia trascendental de la necesidad de aplicar los derechos humanos, día a día, a todos los seres humanos y, en estos momentos, especialmente a los refugiados
-Segundo. Salir del silencio
-Tercero. Que el acróstico Libertad, Igualdad, Fraternidad, sea un referente para cada uno de nosotros en nuestra actuación individual y colectiva en la vida diaria
Cuarto. Tener siempre presente que si educamos en derechos humanos, a nuestro entorno, hijos , familia, amigos, etc. estamos inyectando una vacuna contra la intolerancia
-Quinto. Exigir a las Instituciones, individualmente o desde los colectivos y entidades de las que formemos parte, la aplicación concreta de toda la normativa protectora de los derechos humanos
-Sexto. Si es posible, dar un paso más en el camino y actuar de forma efectiva o bien en el campo político, social, solidario o cooperativo en defensa y aplicación de estos derechos humanos.
No tenemos que olvidar en ningún momento que la masonería se ocupa del hombre en su totalidad. El problema del otro es mi problema y más cuando se trata de un desheredado entre los desheredados, como es el caso de los refugiados. Aquí no estamos en la línea del nominalismo formal. Aquí debemos actuar sobre el mundo para transformarlo, desde nuestra acción individual y nuestro ejemplo. Como dijo una vez Krause, “la tarea de la Orden es atender a lo que es común a todos los seres humanos en tanto que hombres completos.
Y termino este artículo, que más que tal parece un manifiesto, con unas bellas palabras vertidas en una iniciación del siglo XVIII: “…que el débil y el oprimido encuentren un defensor en ti… que la justicia pueda exaltar tu alma.”
R.·. H.·. Lluís Moyà